domingo, 22 de mayo de 2011

Lo que nos hace y no siempre vemos.



El andén rebosaba ruido, pasajeros impacientes, desorientados, apresurados o expectantes, maletas en estruendoso arrastre, choques, jaleo, bullicio… El hecho de que su tren partiera del andén 16 le obligaba a atravesar todo aquel ruido da humanidad que tanto detestaba pero era la única forma de salir de aquella ciudad, la ciudad del ruido, de la peste, del infierno. Arrastraba los pies por los arcenes mientras se protegía con los brazos del barrunto, era inevitable ser pisado o respirar tanto aliento ajeno, pero la promesa de llegar pronto a casa después de aquella semana inmunda le hacía más llevadero el trayecto hacia el andén 16.
                El 16 estaba tan abarrotado como los demás, era hora punta y en las grandes ciudades eso no perdona ni a los personas ni a los andenes. Su tren por insignificante que fuera el destino iba a ir lleno de almas, todo un mal trago para él acostumbrado al silencio y la soledad de su casa. Anacoreta por elección, hacía años que apenas se relacionaba con nadie, a lo más con el panadero que le acercaba el pan a diario. Había perdido poco después de la adolescencia toda fe en el ser humano, sin la necesaria capacidad y confianza para intentar ningún cambio, por entender en aquellos años que entre el todo y el nada solo el vacío quedaba, hacía de su retiro la única vía a la indolencia que precisaba su alma debilitada a saber, eso pensaba, desde antes de habitarle.
                De cualquier forma aquel trago inevitable dejaba algo de espacio entre pasajero azorado y pasajero impaciente, el privilegio de permanecer absorto allí mismo donde sólo el podría encontrarse, ese lugar en alguna parte cerca del bazo donde nada llega, de donde nada sale ni nadie entra, siempre quedaba ese espacio para acudir las escasa ocasiones en las que tenía que vérselas con la asfixiante cercanía de sus congéneres. Este enclaustramiento resultó poco hermético y aunque casi había logrado dejar de percibir ese olor a humanidad concentrada, debió tener alguna fisura porque recibió como golpe inesperado el grito de aquella mujer en sus tímpanos que le provocaron un escalofrío como queja y algo de salivación involuntaria. Antes de girarse, con la plena intención de hacerle saber a la dueña de aquella garganta histérica cuánto podría ahorrarse de molestar al resto de la humanidad si contuviera sus graznidos, vio un balón rojo que pasó rozando el bajo del pernil derecho de su pantalón, saltó sin pedir permiso sobre su pie y fue a dar entre los raíles que ya transmitían el calor que no de muy lejos apelaba a las leyes termodinámicas, el tren alcanzaría su posición en breves segundos. La realización del oportuno insulto, que debió procesarse en décimas de segundos en su cerebro, no fue tan rápido como cruzó una pequeña sombra por delante suyo, atropellando el mismo pie que dejara ileso el balón rojo, menos aún tardaría el tren en alcanzar a aquel niño que corría tras su pelota sin saber que no existe el cielo y que los ángeles no juegan al futbol.
                Sin control y sin conciencia, si hacerse ninguna pregunta, en aquel acto meta-ético del que había oído hablar pero en el que nunca había creído, se lanzó detrás del chiquillo alcanzando su cuerpo en el mismo instante que alcanzaba el tren el suyo, cayeron ambos al otro lado, el ermitaño y el niño, dos cuerpos, dos cabezas, cuatro brazos, tres piernas…

Varios días después de superar el trauma craneoencefálico que lo dejo sordo y tuerto del lado izquierdo, despertó en una habitación mucho menos abarrotada que aquel andén del infierno, otros dos pacientes y un enfermero, que mientras curaba el muñón de su pierna derecha, que faltaba a la altura de la ingle, apenas a unos centímetros de sus testículos ilesos… lo vio despertar y con una amplia sonrisa le dio la bienvenida al mundo de los vivos y le felicitó por ser un héroe, tras explicarle brevemente los pormenores del accidente y cómo había quedado su cartera maltrecha, le pidió que se identificara a efectos de hacer el correspondiente registro en el hospital, él dio su nombre y sus apellidos, cuando el ATS le preguntó por su dirección, él se fue a ese lugar cerca del bazo a buscar la respuesta, a los pocos segundos volvió, sonrió con media sonrisa y preguntó
-¿y el niño?
-Sano y salvo, es usted un héroe, le traeré el artículo del periódico local, salió usted en todos, su acto ha sido algo ejemplar, pero disculpe, tengo que completar el formulario, dónde vive, insisto…
-En el mundo… vivo, en el mundo…

CARMEN SORIANO
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4 comentarios:

  1. Hay momentos que nos traen a la vida y nos aislan de la soledad... Aunque sean momentos duros en los que perdamos "algo", pero es quizás más valioso lo que encontramos... Ya sé que son microrelatos, pero tienen que ser tan micro, tan micro... Infinitos besos

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  2. Un día te daré algo para que supliques lo escueto, te quiero, gracias!

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  3. No soy un héroe
    Porque no lo pensé
    Fui un padre
    Aunque no fuera su progenitor
    Y es que nunca podré dejar
    Que maltraten la inocencia ante mis narices
    Y quedar frío
    Pues ese día habré comenzado a morir…
    Bsts Carmen.

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  4. A veces sólo por la vida ajena es que dejamos de ser muertos, y por compañías como la tuya, gratas, dejamos de estar solos, gracias por asomarte aquí querido Santiago!

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